En un mundo donde cada experiencia tiene que ser instagrameable, la línea entre disfrutar el momento y documentarlo se desdibuja. Un vistazo a cómo convertimos la realidad en contenido, cuestionando si la autenticidad se convirtió en un lujo del pasado.

Por: Josefina Aragonés | Fotos: Stock


Empezó el verano, y con él, los eventos, las fiestas, las vacaciones y los momentazos. Y con todo esto, una presión: el compartirlo en las redes sociales. “Si no subo una story, no pasó”. Es posible que tengas este pensamiento, aunque sea inconsciente. Pero, ¿de dónde viene?

En los tiempos que vivimos, el mundo digital se volvió otro espacio habitable. Es una extensión de la realidad; es nuestro segundo hogar. Ahí nos relacionamos, nos entretenemos, compramos, reflexionamos y nos mostramos. Al haberse convertido en un espacio habitable, podemos trasladar un fenómeno de la vida offline hacia ahí: el FOMO.

.Seguro ya lo escuchaste nombrar alguna vez. El FOMO, o fear of missing out, es un tipo de ansiedad social que provoca miedo a perderse algo. Por ejemplo, cuando tus amigxs se juntan y vos no podés ir porque tenes otro compromiso, y se te despierta una preocupación por perderte algo emocionante, o simplemente por no ser parte del momento. En el caso que traemos se genera esto mismo, pero aplicado a lo que pasa en las redes sociales. La sensación de que, si no entro a Instagram un día, o si no publico por cierto tiempo en una red social, me estoy perdiendo de algo. Me estoy perdiendo de habitar ese lugar donde tanto sucede.

Muchas veces se hace referencia al FOMO que causan las redes sociales. Por ejemplo, cuando uno ve cómo sus conocidos (y desconocidos) están de viaje en lugares paradisíacos, y se genera una sensación de querer estar viviendo eso mismo. Pero el caso que traemos a colación es distinto: uno siente FOMO de no habitar el espacio digital, no el real.

Es normal. La mayoría de los jóvenes sentimos esto, y quizás esta explicación clarifica un poco más la razón. Simplemente, las redes sociales son otro espacio donde la vida se desarrolla. Donde está tu gente, donde están las cosas que te interesan, donde se espera algo de vos. O, al menos, eso es lo que uno piensa.

¿Qué pasa si no compartís ni una foto de tus vacaciones? Imposible, algo hay que publicar. Hay que demostrar que se vivió. Y la gente tiene que validarlo con su like. Suena triste, ¿no?

Qué liberador imaginar un verano en 1960: atardeceres sin fotos, mirrors sin selfies, abrazos sin capturas, autenticidad de los momentos. La vida sin filtros, sin la presión de ser perfectamente documentada, simplemente, vivida. Libres de la urgencia de la validación digital.

Son otras épocas, y ese último párrafo está medio romantizado, ya sabemos. Pero era necesario para nuestra reflexión: si este verano decidís vivir el momento, dejar el celular en casa, volver a lo analógico por un rato… No te vas a perder de nada. De verdad, a nadie le importa demasiado la foto que subís de los churros en Pinamar, ni la selfie con tus amigos en la pileta. Como a vos tampoco te importa tanto ver el reel de tu compañera de primaria en Brasil.

Te juramos que si no subís la story, también está todo bien.