La hiperconectividad logró que muchas cosas estén al alcance de la mano, entre ellas la infidelidad (y su posterior descubrimiento, claro). Las redes sociales nos conectan y confrontan con nuevas formas de un viejo asunto: los cuernos.
Texto. Valeria Schapira – @valeriaschapira
Periodista, escritora de diversos libros sobre vínculos, humor y entrevistas. Experta en relaciones para Match.com
Ilustración. Dr. Kurnicopia – @drkurnicopia
El uso masivo de redes sociales y sistemas de mensajería como el WhatsApp nos brindan una sensación de cercanía tal que ponen la tentación a un clic. El engaño -que décadas atrás sólo podía llegar a descubrirse después de una investigación exhaustiva y profesional- hoy está en la vidriera. El ciberadulterio es una realidad y está en nosotros construir la confianza o destruirla en un segundo.
Cada vez más personas descubren los engaños virtuales de sus compañeros amorosos o simplemente suponen traiciones que no son tales, derivadas de un simple like en Facebook o un corazoncito en Instagram. El escenario de rupturas de parejas debido a aventuras internáuticas reales o imaginarias es cada vez más común y fuente de consulta en diversas terapias. Es que la tecnología, a la vez que simplifica nuestra vida cotidiana y la búsqueda del amor, también nos enfrenta a formas de infidelidad novedosas. Estas son algunas de ellas:
Microcheating (microengaño)
De acuerdo a la psicóloga australiana Melanie Schilling existen pequeñas acciones que indican que una persona pone su atención emocional o física en alguien que está por fuera de su relación. Un ejemplo de esta conducta es mantener conversaciones secretas por redes sociales con un tercero. El concepto de microengaño ha sido muy criticado ya que deja entrever la falta de confianza en el otro y una actitud controladora por parte de quien monitorea a su pareja en línea. Pero, con una mano en el corazón: ¿Quién no discutió alguna vez por un like o un emoji direccionado a alguien “peligroso”?
La profecía autocumplida
Cuando uno tiene una creencia falsa e insiste en su verosimilitud, puede terminar provocando que se cumpla lo imaginado. De eso se trata la profecía autocumplida. Quien se la pasa revisando, imaginando y guionando la realidad terminará, inexorablemente, provocando una crisis que no existía. Muchos celosos, de tanto celar, terminan por dar ideas al potencial infiel, desencadenando el engaño temido.
Histeriqueo virtual
Ante la evidencia, el culpable suele no rendirse, sino argumentar que no hizo nada malo, que el intercambio se redujo a simples mensajes online, que no hay nada concreto. La realidad es que son contadas las ocasiones en que se da el encuentro real entre dos histéricos virtuales. Esto no significa que la ciberinfidelidad sea menos dolorosa que la real. El impacto emocional de descubrir una traición virtual suele ser equiparable al de detectar el hecho físico y tangible de nuestra pareja y otro teniendo sexo, por ejemplo.
Sexting fuera de la pareja
Enviar imágenes íntimas o textos eróticos puede, inclusive, mejorar la satisfacción sexual. Hacerlo por fuera de la pareja – a menos que se trate de una relación abierta o con un acuerdo que lo permita – es una forma de engaño, aunque muchos consideren que se trata de un juego inocente.
El regreso de los muertos vivos
Las redes sociales pueden lograr que el pasado reviva en el presente en cuestión de segundos. Un estudio publicado hace algunos años es lapidario: un 95 por ciento de los usuarios de Facebook reconoce haber buscado a una antigua relación sentimental en la red, al menos una vez para saber qué era de su vida. ¿Cuenta esto como infidelidad? No, a menos que se trate de una interacción entre dos “ex” con miras a una segunda temporada. Mejor no jugar con fuego.