Todos experimentamos alguna vez el peso de las expectativas, esas ideas preconcebidas de cómo deberían ser las cosas o cómo deberíamos ser. Esas expectativas pueden convertirse en una carga emocional que nos lleva a la frustración y la insatisfacción. Por eso, aunque puede ser muy difícil, es clave aprender a manejarlas y liberarnos de su influencia negativa.

Por Belén Prieto | Imágenes: stock


Las expectativas pueden estar en diferentes áreas de nuestra vida: en nuestras relaciones, en nuestra carrera profesional, en nuestra apariencia física… y en muchos lugares más. Lo que pasa, generalmente, es que nos imponemos estándares poco realistas y nos sentimos presionados por lo que creemos que los demás esperan de nosotros. 

Nos ponemos una trampa a nosotros mismos. Construimos expectativas, creyendo que los demás esperan algo de nosotros que – probablemente – sea inventado. Así, nos auto generamos estrés, ansiedad y una sensación de constante decepción.

El primer paso para alejarnos de esta actitud y manejar las expectativas es tomar conciencia de cuáles son nuestras propias expectativas y cómo nos afectan emocionalmente. No hay que tener miedo a reflexionar sobre cuáles son los ideales y las metas que impusimos, y menos miedo hay que tener a evaluar si realmente son alcanzables.

 Aceptar que no podemos controlar todo y que la perfección no existe nos liberará de una gran carga emocional.

Entonces, en lugar de aferrarnos a nuestras expectativas, es importante aprender a adaptarnos a las circunstancias y aceptar los cambios que la vida nos presenta. No es un fracaso entender la realidad, no es un fracaso bajar nuestras expectativas. Sobre todo cuando entendemos que seguramente nos proponíamos algo inalcanzable. 

La flexibilidad nos va a permitir encontrar soluciones creativas y abrirnos a nuevas oportunidades. A veces, la aceptación de lo inesperado puede ser incluso mejor de lo que habíamos imaginado.

Si hablamos de nuestras relaciones personales y profesionales, en las expectativas entra en juego un otro. La comunicación se vuelve totalmente clave. 

Es fundamental comunicar nuestras expectativas de manera clara y realista. No podemos esperar que los demás adivinen lo que queremos o necesitamos. 

Además, establecer límites saludables nos va a ayudar a evitar la decepción y a mantener una relación equilibrada. Eso queremos en realidad, ¿no?

¿Otra clave general cuando hablamos de expectativas? La importancia del autocuidado. Debemos priorizar nuestro propio bienestar emocional y físico. Esto implica cuidar de nosotros mismos, establecer límites adecuados, practicar el autocuidado y cultivar una mentalidad positiva. Al estar en sintonía con nuestras propias necesidades y emociones, vamos a gestionar mejor las expectativas externas y encontrar un equilibrio en nuestras vidas.

Y la última clave, pero no por última menos importante: aceptar y celebrar nuestros logros. En vez de enfocarnos únicamente en lo que no logramos o en expectativas incumplidas, ¿por qué no reconocer y celebrar nuestros logros, aunque sean pequeños? Apreciemos nuestro progreso y esfuerzo. Eso nos va a ayudar a tener una visión más positiva y a valorar en presente, dejando de paso de tenerle miedo al futuro. 

Sabemos que escribirlo es más fácil que hacerlo. Pero creemos verdaderamente posible enfocarnos en lo siguiente para manejar expectativas y no frustrarnos: 

  1. Aceptar que no podemos controlar todo. 
  2. Establecer límites saludables. 
  3. Darle importancia al autocuidado. 
  4. Aceptar y celebrar nuestros logros. 

Las expectativas pueden ser una carga emocional que nos impide disfrutar plenamente de nuestras vidas. Aprendiendo a manejarlas de manera saludable, podemos liberarnos de su influencia negativa y vivir con mayor autenticidad y conexión. Es importante recordar: las expectativas son construcciones mentales que muchas veces no se ajustan a la realidad, y aferrarse a ellas puede generar frustración y desilusión.