Se llaman a sí mismo crossdresser: son hombres, en su mayoría heterosexuales, que disfrutan de vestirse de mujer en la intimidad de un departamento y sólo por unas horas. Aunque algunos pocos se animan a salir vestidos así a la calle.
texto. Stephanie Peuscovich / @stephiepeusco
Sobre una de las principales avenidas del barrio de San Telmo se esconde un refugio impensado. Ningún ciudadano que pase por allí imaginaría que a las 15 horas de un viernes un hombre ingresa al piso 10 de un edificio y por dos horas abandona el traje o los pantalones náuticos y los cambia por una peluca de pelo real, rush, rubor, tacos de 15 centímetros y una mini que apenas le tapa la cola. Mil trescientos pesos cuesta es el servicio que es individual y se realiza en la completa confidencialidad. Crossdressing Buenos Aires es el lugar para ser quien cada uno quiere ser. La dueña, Claudia creó el lugar hace casi 20 años, en el 2001, luego de que un amigo le contara que le gustaba vestirse de mujer a escondidas y que no había ningún lugar preparado para cumplir la fantasia. Con el objetivo de abandonar la relación de dependencia que la tenía como periodista en una empresa se juntó con una socia que puso la plata y compró pelucas, zapatos con taco a partir del talle 42 y aprovechó la profesión de modista de su madre para que le realicé la ropa. Luego realizó un curso de maquillaje y con la ayuda de su amigo reunió a distintos hombres con el mismo hobby.
¿Cómo descubriste el mundo Crossdresser?
Una de sus primeras clientas fue Mirna Ladyrouge que antes de ser ella, de niño descubrió que le gustaba maquillarse a los 12 años. Primero arrancó imitando a un mimo y luego a Kiss. Hasta que un día se sacó el talco pero dejó la sombra celeste de los ojos y el labial rojo en su cara. “Me generó una situación extraña, de estar haciendo algo transgresor”, dice con la voz de su lado A (el lado de su masculinidad) mientras aclara que a pesar de esa sensación siempre le gustaron y le gustan las chicas. Las ganas de transformarse continuaron en la secundaria industrial, solo de varones, cuando una profesora llevó unas botas altas tejanas. Le dieron ganas de probarlas y buscó en el armario de su madre algo parecido. No tenía botas, pero tenía zapatos altos y además sabía de ver a las mujeres de su familia que existían las medias de lycra. Cuando se las probó la sensación fue de “¡ops!”. “A las mujeres desde chiquitas las pintan, arreglan, les ponen medias. A los hombres no, tenemos un standard de vestimenta”.
Cuando Mirna descubrió el espacio de Claudia pudo por primera vez montarse (como se llama a las transformaciones de un hombre en una mujer o viceversa) de pies a cabeza: peluca, pinturas, pestañas, maquillajes, zapatos de su medida, medias. “Sentí que estaba cumpliendo no sé si llamarlo un sueño, pero sí que estaba haciendo algo que me gustaba. Es satisfactorio porque genera endorfinas de placer. No es una necesidad de sentirme mujer, en absoluto. Yo tengo mi vida de varón normal, pero tengo este hobby en donde me encanta recrear este personaje que ya tiene 18 años. El nombre se lo agradezco a Claudia”, cuenta Mirna. Claudia suele ser el apoyo emocional de muchos clientes, ya que la mayoría de las veces es la única persona que sabe de ese gusto por la transformación. “La gente que viene acá busca un espacio donde se pueda expresar a través de la ropa. Y ahí entro yo buscando la mejor versión para él. Y tiene otra parte psicológica y yo pongo una línea cuando quieren contarme por qué empezaron con esto y demás porque yo realmente no puedo ayudarlos a través de eso”, dice Claudia y agrega que hubo hombres que al llegar a Crossdressing Buenos Aires tuvieron ataques de pánico e incluso una vez llegó a llamar a la ambulancia. Ahora cuenta con una terapeuta especialista en diversidad para recomendar a todos sus clientes que atraviesan conflictos por sus gustos. Hace poco tiempo tuvo un cliente de 85 años que por primera se vestía de mujer, las dos horas que duró el servicio se la pasó bailando con una sonrisa en la cara.
¿La sociedad acepta el movimiento Crossdresser?
“Yo me acepté y me di cuenta que esto no jorobaba a nadie con terapia de por medio, mi intriga era por qué me pasaba esto, de dónde venía”, confiesa Mirna que a pesar de llevar dos décadas como crossdresser solo le contó de su lado B, como ella misma lo llama, a las dos mujeres con las que estuvo casado, a su psicólogo y a su hijo menor, porque lo descubrió como Mirna en internet. Cuando comenzó lo único que existía eran las chicas trans y travestis y él no entendía cómo podía tener ganas de vestirse de mujer sin tener ningún deseo sexual que se identifique con eso. “Yo a un hombre no lo toco ni con un palito”, dice Mirna, quien confiesa ser virgen en su lado femenino.
Mirna tiene looks diferentes cada vez que se monta. Hoy lleva una peluca de cabello colorado, los labios fucsias y unas pestañas muy largas. Una mini cortísima y unas sandalias que la hacen llegar a los 2 metros de altura completan el look. Pero también puede tener el pelo rubio o morocho y unas calzas con una remera. “Yo represento a la mujer que a mí como hombre me gusta. Y me encanta la mujer producida, maquillada, con tacos. Entonces recreo en mí eso”, dice Mirna que hace una década abandonó la confidencialidad del espacio de Claudia y formó junto a otras crossers La banda de golden cross. Un grupo que organiza reuniones y eventos y que siempre cuenta con un lugar para cambiarse: la mayoría de las chicas entra como hombre, se cambia, disfruta de sentirse mujer y luego se vuelve a cambiar y sale nuevamente como hombre.
“En mi caso no opera una esquizofrenia de decir Mirna es mi lado B y mi lado masculino es tal cosa. En realidad es la misma persona, la persona que habla detrás de las pestañas y la peluca”. El problema es que sus vivencias en el lado B no pueden compartirse con su lado A porque, según Mirna es muy difícil de explicar.
La cita finaliza cuando Claudia le avisa a Mirna que se cambie porque en un rato tiene otro cliente. Tanto para Mirna como para el hombre que vendrá es fundamental la discreción y la atención personalizada y solitaria. Diez minutos después es imposible imaginarse que detrás de ese señor de 52 años que trabaja con petróleo, hubo una estética de mujer.