Gabriel Rolón ayudó a que se abran las puertas de la difusión popular de una disciplina científica. Autor de varios libros, conquistó la televisión, la radio y también el teatro. Aquí, analiza en profundidad el modo en que el Psicoanálisis llega a la pantalla grande a través de su novela “Los Padecientes”.
Texto. Florencia Garibaldi / Fotos. Cortesía Gabriel Rolón
Estuviste en televisión, en radio, en teatro. ¿Cómo viviste la participación en una película basada en un libro tuyo?
Soy un hombre al que le cuesta entregar su obra. Por eso aunque en dos oportunidades habían intentado comprarme los derechos para llevar mi novela al cine, lo desestimé. No quería cederlos y olvidarme hasta ver el estreno. Deseaba ser parte del proceso creativo. Hacer la adaptación, escribir el guión, participar del casting, sumar a los actores el conocimiento de la psiquis de los personajes, ayudar en los climas musicales y en proceso de post producción. No era fácil que alguien lo aceptara, pero Nicolás Tuozzo, un director de gran belleza estética, estuvo de acuerdo. Sumamos a Marcos Negri y juntos empezamos este camino.
¿De qué manera es posible traspasar el Psicoanálisis a un lenguaje audiovisual sin que pierda su naturaleza?
Siendo muy cuidadoso. Entendiendo que palabras que en el habla cotidiana pueden utilizarse como sinónimos, en el Psicoanálisis no. Fuimos muy meticulosos para que la película fuera fiel a la novela y al Psicoanálisis. Estamos en Argentina. El país más analizado del mundo. De modo que no teníamos mucho margen para el error.
¿Fue difícil representar en la pantalla la psicología de los personajes del libro?
Fue un trabajo estimulante y apasionado. Benjamín (Vicuña) fue fundamental para que se lograra esa transmisión. Se comprometió con el guión, fue respetuoso y solidario. Cada una de sus palabras, cada gesto debía estar en sintonía con los de un analista y lo hizo de una manera extraordinaria. Todos los actores pasaron horas hablando conmigo y con Nico (Tuozzo) de los contenidos inconscientes de sus personajes. Recuerdo los momentos con Ángela (Torres) que tenía un trabajo muy complejo por las características de Camila. Luis Machín enfrentaba el desafío de darle vida a un ser muy especial y con la limitación de un texto casi inexistente. Con Eugenia ya nos conocíamos y siempre quiso hacer este papel, por lo cual tuvo una entrega que podrá verse en la pantalla.
“Los Padecientes” es tu primera incursión en la ficción y resultó ser uno de los libros más vendidos. ¿Qué diferencia encontrás con la no ficción?
Hay algunas diferencias significativas. La primera es que la no ficción te brinda una historia terminada y el desafío es contarla de modo tal que resulte atractiva para el lector, pero como autor ya sé de dónde parto y hacia dónde voy. En la novela en cambio, el universo está abierto a todas las posibilidades y, si bien no se tiene el sostén de un relato que se conoce y se elige de antemano, presenta en cambio un abanico amplio y estimulante de sucesos a crear. Por otro lado, en tanto que en la no ficción hay que cuidar mucho a cada personaje, porque el paciente en el que me inspiré va a leerlo, y decidir hasta dónde contar para que esa lectura sea incluso parte de nuestro trabajo analítico y no algo que pudiera herirlo o exponerlo. En la ficción en cambio puedo hacerles tener cualquier actitud. Los malos pueden llegar a ser despreciables y los buenos de una nobleza conmovedora.
¿Cómo fue el trabajo de campo?
Elegí casos que reunieran tres características. La primera, que el paciente sobre el que escribiera no pudiera ser afectado de modo negativo por mi escritura. En segundo lugar, que fueran problemáticas interesantes para los lectores, y por último, que me hubieran generado un trabajo complejo, que no hayan sido fáciles de manejar. No son todos “casos ganados”. Algunos fueron muy duros para mí.
Para el personaje del psicólogo, ¿en quiénes te basaste?
Pablo Rouviot tiene mucho de mí: el modo de pensar, la confianza en su escucha, la búsqueda obsesiva de la verdad del inconsciente y la seguridad de que detrás de cada frase se esconde un contenido latente que descifrar. Pero también tiene características diferenciales. Es mucho más fatalista que yo y lo recorre una soledad que no lo deja en paz. Se encuentra incapacitado de amar a una mujer y es un poco manejador. Eso por no hablar de que es mucho más atractivo que yo.
El psicólogo termina oficiando de detective, para poder develar qué hay detrás del asesinato y comprobar la inocencia de su paciente. ¿Qué sucede en estos casos con los límites en lo que en un psicólogo debería involucrarse?
Es una pregunta difícil. Cada caso nos compromete profesionalmente y allí, y no en otro sitio, está la diferencia entre ser analista o elegir otra corriente psicológica. En la manera particular que toma la ética para el Psicoanálisis. Que no siempre va de la mano de lo socialmente moral y respeta el deseo del paciente para respetarlo más allá de lo personal. Por supuesto que hay límites que cada analista se plantea. En lo personal hay casos con los que elijo no trabajar, por ejemplo con pedófilos, y mi secreto profesional llega hasta donde la vida de alguien esté en peligro.
La terapia psicoanalítica tiene una tendencia detectivesca cuando busca por ejemplo el núcleo del trauma y hace al paciente hablar. ¿Cómo ayuda esto en la resolución de un homicidio?
En realidad el Psicoanálisis no fue inventado para ser auxiliar en el esclarecimiento de delitos. Pero podemos ayudar en lo que se llama el armado de perfiles psicológicos que orienten en la búsqueda de un criminal o ser peritos para determinar grados de imputabilidad. Detrás de todo analista comprometido con su práctica hay un Auguste Dupin (detective creado por Edgar Allan Poe) en potencia.