Cada día somos más conscientes de lo pendiente que estamos de nuestro celular. De hecho las redes sociales que más utilizamos nos informan cuánto tiempo estuvimos conectados al día. Además hay muchas apps para poder dejar el smartphone lejos de nuestros ojos. Pero más allá de la conciencia, ¿sabemos cómo afecta esta adicción en nuestro cerebro, nuestros vínculos y relaciones?. Claudio Waisburg, el reconocido neurólogo, nos explica nuevos fenómenos de patologías ligadas al (mal) uso de la tecnología.
Teniendo en cuenta la forma en que el celular está inmerso en nuestra vida (mails de trabajo, grupos de whatsapp, etc.), ¿Hay forma de salir de esta epidemia de desatención?
Depende del uso -y no abuso- que se haga de la tecnología, puede facilitarnos la vida o traernos ciertas complicaciones. Hace un par de décadas, nuestra cotidianeidad hubiera parecido ciencia ficción: hoy nos pasamos el día chequeando el correo electrónico, escribiendo y recibiendo mensajes en el teléfono celular, chateando, leyendo las noticias por Internet y las novedades en las redes sociales, interactuando con voces que salen de máquinas y conviviendo con aparatos “inteligentes”. El ambiente y los estímulos que nos rodean afectan la forma en que el cerebro humano se desarrolla, se transforma y da lugar a ser quienes somos. Es decir, las redes neuronales tienen la capacidad de modificarse a partir de la experiencia. En este sentido, la tecnología afecta nuestro cerebro de la misma forma en que lo hacen los otros estímulos que nos rodean. Además sabemos que las funciones cognitivas son limitadas. Por ejemplo, no podemos prestar atención a dos tareas complejas al mismo tiempo; por eso, funcionamos mejor haciendo una cosa por vez. Hoy la cantidad de estímulos que nos rodean hace que sea más difícil sostener la atención porque estamos expectantes de que
llegue otro y sea aún más interesante. Esta alerta permanente hace que nos demoremos en completar tareas y que cometamos errores además de producir estrés y agotamiento.
¿Es una nueva forma de estrés?
El estrés crónico es nocivo para el cerebro porque impacta negativamente en regiones clave para la memoria a largo plazo, como el hipocampo, y en áreas que subyacen a la toma de decisiones y la planificación de la conducta de acuerdo a metas, como la corteza prefrontal. A su vez, esta demanda tecnológica hace que perdamos oportunidades de reflexionar, relajarnos y de darle “un respiro” a nuestro cerebro, aspectos fundamentales para la creatividad y el bienestar.
Y si ese respiro no se da, ¿qué ocurre?
Si cada momento que tenemos libre en el día estamos con el celular en la mano impedimos que tenga lugar el pensamiento contemplativo. En este sentido, algunos autores sugieren que estamos eliminando los tiempos de introspección y reflexión profunda en pos de la búsqueda de gratificaciones instantáneas en estímulos externos. Luego, sin ellos, no sabemos qué hacer, sentimos impaciencia porque nos entrenamos para esperar y responder a estímulos externos. Porque así como necesitamos “estar con nosotros mismos” para reflexionar, también es esencial estar con otras personas. Como seres sociales que somos, los lazos con los otros ayudan a que nuestro cerebro se desarrolle y funcione adecuadamente. Quizá le resulten cotidianas estas situaciones: ir conduciendo en un trayecto rutinario por una autopista y, de repente, preguntarse si ya ha pasado el peaje; golpearse con alguien por la calle porque uno de los dos –o los dos– caminaba mirando el móvil; estar explicando algo a una persona y que hacia el final del relato le diga “¿cómo? ¿Qué decías?”; iniciar una lectura con un hijo y que a los diez minutos diga que ya está cansado.
¿Qué significa la atención parcial continuada?
Consiste en prestar atención simultánea a diferentes focos de información pero a un nivel superficial. Esto genera una creciente dificultad, más acusada entre niños y jóvenes, para mantener la atención en actividades cotidianas que requieren esfuerzo y no dan placer, que son las que activan los circuitos de recompensa. La falta de atención es algo que ha ido de menos a más y que se expande de manera increíble ya que afecta prácticamente cualquier ámbito de la vida. Es una preocupación creciente porque se está transformando en una epidemia de distracción o desatención. El impacto de esta creciente falta de atención no es banal. Las distracciones ya están dentro de las principales causas de accidentes de Tránsito. La inatención también se sitúa como principal causa de fracaso escolar y se asocia al 45% de los accidentes laborales.
En estas nuevas formas de comunicación, los más pequeños ¿son los que se ven más afectados?
La atención se ve afectada por las distracciones y las interrupciones, provocadas por los demás. El problema es que la tecnología multiplicó las distracciones que nos rodean. Hace unos años tenían que ver sobre todo con preocupaciones mentales y poco controlables; pero ahora nos distraen las notificaciones, las alertas, los mensajes, las llamadas, las aplicaciones de las aplicaciones. Porque absorbimos la tecnología sin hábitos, la llevamos siempre encima y, entonces, esas distracciones toman el control de nuestra atención y de nuestro tiempo. No es sólo un problema de niños y adolescentes, sino que afecta a todas las generaciones. La gente se queja de que no le llega el tiempo para hacer su trabajo y no piensa que es porque se distrae mucho; además se hace un trabajo (o estudio) de peor calidad porque la capacidad de enfocar, de mantenerse centrado en una sola actividad de forma continuada es muy limitada, enseguida se salta a otra cosa, y cognitivamente no podés hacer dos tareas de cierta complejidad a la vez, y hacer ambas bien.