Cada vez menos verdura
Anualmente, el tabaco es la responsable del 6,3% de todas las muertes a escala mundial, según estadísticas del año 2010. La contaminación del aire causa el 4,3%. Sin embargo, la mala dieta y la escasa actividad física es la causa del 10% de todas las muertes. Las últimas encuestas son desalentadoras. Solo dos tercios de la población de los países más ricos sufren sobrepeso u obesidad.
Ante dichas cifras surge un debate acerca de la educación y la información que se brinda para poder enseñar a comer de modo saludable. “Podríamos argumentar que la gente que come mal lo hace por falta de información, pero esa no parece una idea plausible habida cuenta de que cada vez hay más información acerca de cómo llevar una alimentación saludable, pero los hábitos nocivos se mantienen e incluso se incrementan. Por ejemplo, en Estados Unidos, entre 1976 y 1991, los gramos de grasa que la gente consumía de media se han mantenido igual”, destaca Florencia Ledesma, nutricionista especialista.
Luego, agrega: “Desde los años 70 el consumo de calorías procedentes de verduras ha descendido un 3% en Estados Unidos, un descenso mucho más preocupante de lo que parece si tenemos en cuenta que la verdura tiene muy pocas calorías comparada con otros alimentos. En otras palabras: hay más información que nunca y también hay más variedad de verduras que nunca, pero se consume menos”.
¿Por qué no comemos mejor?
Se duele argumentar que las personas que no comen bien es porque no tiene suficiente fuerza de voluntad. Pero no todo es tan sencillo. Por un lado, hay determinación genética en cómo percibimos los sabores y en cómo nos enganchamos a ellos. Por ejemplo, algunas personas son particularmente más sensibles a algunos sabores, como el amargor, mientras que otros no los perciben en tanta intensidad. También de los genes depende nuestro apetito, la velocidad a la que comemos y la cantidad de disfrute que generamos al hacerlo. Incluso una alimentación insuficiente de nuestra madre cuando nosotros estuvimos en su panza nos inclinara a ganar peso con más facilidad, como supone la hipótesis del fenotipo ahorrador del bioquímico C. Nicholas Hales. También el peso corporal parece altamente hereditario.
Es decir, que no todo se reduce a comer menos o moverse más y a hacerlo bajo una férrea disciplina. Comer es un comportamiento también aprendido, además de genético, y hay personas que adquiere los buenos hábitos desde pequeños, y otras no.
También hay teorías opuestas sobre hasta qué punto el aprendizaje alimentario está mediado por los genes, hormonas y neurotransmisores concretos. Sin embargo, la idea fundamental de que los hábitos alimentarios humanos son un comportamiento no es objeto de debate científico aprendido
Cuando tu entorno favorece que comas de forma poco saludable y tu organismo parece, además, programado para ello, comer saludablemente es una batalla diaria. Es lo que se llama preferencia de segundo orden: como zanahorias porque sé que son mejores para mí, no porque las prefiera a papas fritas. Mantener esta fuerza de voluntad inquebrantable desgasta tanto a nuestra mente que incluso nos hace ser menos competentes completando un rompecabezas complicado o cualquier otra prueba de rendimiento intelectual, como sugieren los experimentos de 1998 del psicólogo social Roy Baumeister.
Reaprendiendo
La solución podría ser reaprender. Como destaca el psicólogo conductista E. P. Köster al señalar que los hábitos alimentarios «prácticamente solo se pueden cambiar a través de la experiencia, reaprendiéndolos».
Para ello, no se trata de usar la razón continuamente, sino de tener otras experiencias alimentarias, una especie de recondicionamiento, comida tras comida. Un buen incentivo sería un contexto más favorecedor, como evitar que haya puntos de venta de comida rápida en las calles adyacentes de las escuelas, pero esa esperanza es un tanto vacua en el mundo actual, de modo que hemos de optar por cambiar los hábitos. Algo tan sencillo y a la vez tan complicado, como señala Bee Wilson:
Sin embargo, hay algunos aspectos generales de alimentación que pueden tenerse en cuenta y adaptarse después a las pasiones y necesidades de cada cual.
Hay tres grandes claves que a todos nos beneficiaría incorporar:
- Seguir un patrón de horarios de comida
- Prestar atención a nuestras señales internas de hambre y saciedad en lugar de dejarnos llevar por señales externas como el tamaño de las comidas.
- Abrir nuestra mente a probar una variedad de alimentos.
Ganar una mayor cultura gastronómica, por ejemplo, nos permite saciar nuestra ansia de dulce de modos más saludables. Dulce puede ser un chocolate pero también puede ser un plato de mozzarella fresca. O hinojo fresco cocinado a fuego lento hasta que se dore.
Sumar una fruta y verdura en la dieta de la forma más atractiva posible. Después de todo, comer 7 frutas o verduras al día reduce un 42% el riesgo de muerte.