En las últimas décadas, la Ciudad de Buenos Aires se convirtió en el epicentro de la cultura y el estilo de vida actual. Desde el cine y el teatro hasta la gastronomía y arte, las calles de la ciudad se llenan de opciones y creaciones. Pero, más recientemente, parece que el snobismo se infiltró en la sociedad porteña y está encontrando cada vez un lugar más claro para extenderse.
Por: Belén Prieto | Imágenes: Stock
Desde el cine de autor hasta el café de especialidad, la música indie y la gastronomía de autor, se ve una clara tendencia hacía lo exclusivo y lo “cool”. Hay que escuchar ciertas bandas, ver ciertas películas, comer en ciertos lugares y tomar el café sin azúcar.
Negar la belleza e importancia de esas opiniones sería incorrecto, pero sí nos hacen reflexionar sobre si este snobismo desmedido aleja a la ciudad de su esencia inclusiva y auténtica. El elitismo cultural es divisorio y limita la diversidad: se sobrevaloran ciertas películas y se excluyen a los géneros más comerciales, distanciando del consumo y la diversión a un público más amplio; negando como expresiones artísticas a ciertas producciones y marcando la división con lo popular. “¿Te gustó la última comedia romántica que se estrenó en las salas? No sabés nada del verdadero cine…”, eso instala el snobismo.
¿Por qué no pueden convivir ambos polos de la cultura? Si cada uno aporta beneficios y son la verdadera esencia de una Buenos Aires completa.
Por un lado, lo popular mantiene la autenticidad porteña e invita a la inclusión. Por el otro, el snobismo nos trae la apreciación por la calidad y el proceso de elaboración. Pero, el segundo, en exceso, crea una atmósfera exclusiva y divisoria.
El café de especialidad es un hermoso avance del mundo, particularmente en Buenos Aires, donde abren cafés todas las semanas; pero algunos locales cayeron en un esnobismo absurdo. La imposición de términos y técnicas sofisticadas pueden intimidar a aquellos que simplemente quieren disfrutar de una buena taza de café. Nos preguntamos: ¿acaso ese es el objetivo? Quizás lo sea. Quizás se busque que solo aquellos que entiendan los términos y conozcan las técnicas sean los clientes de las cafeterías de especialidad… pero así, ¿no bajan las ventas? ¿Es eso lo importante?
El elitismo preocupa en una ciudad tan diversa, y ahonda en la brecha tan clara que oprime a la sociedad argentina. Nuestros padres no pueden pedir un cortado sin que les pregunten: ¿no querrá decir flat white?
Los laminados en su esquina y las masitas en la otra, enfrentados, combatiendo por el mejor puesto. ¿Por qué no pueden convivir? La medialuna y el croissant son creaciones hermosas, ricas, espectaculares cada una en su forma. El elitismo por un lado y la popularidad por el otro. Distintos pero parecidos. Pueden coexistir y deberían hacerlo: sobrevalorar uno y desvalorar el otro no es la respuesta. Si la brecha política y social existe (sí, no podíamos no mencionarla), aunque luchamos por achicarla, ¿por qué aunque sea no dejamos que sea la única? Dejemos de construir esta otra brecha en la cultura, que solo logra alejarnos más y más entre nosotros.
Luchemos por un equilibrio entre la apreciación por la calidad y la creatividad, y la accesibilidad y la diversidad. La cultura y el arte deben ser para todos, y no exclusivamente para unos pocos privilegiados.
La diversidad en el arte, la música, el cine y la gastronomía es fundamental para una sociedad vibrante y enriquecedora. En una ciudad con una tan rica tradición de apertura, creatividad y pasión, tanto expertos como aficionados deberían tener un lugar para disfrutar y participar en estas expresiones culturales.
Es crucial evitar caer en un snobismo que pueda alejar a la comunidad y limitar la participación de aquellos que no se sienten identificados con esta exclusividad. Debemos fomentar un ambiente en el que se promueva la inclusión, la diversidad y el respeto por todas las formas de expresión cultural.
En última instancia, se trata de encontrar un equilibrio entre la apreciación por lo sofisticado y la apertura hacia nuevas experiencias. Solo a través de un enfoque más inclusivo y menos snob vamos a mantener viva la esencia auténtica y vibrante de la Ciudad de Buenos Aires. ¿O ya se nos fue demasiado la mano?