Con diez años de trayectoria como director de cine, Ariel Winograd supo forjar un camino que se cementó con espíritu de innovación. Comenzó hace una década con la película Cara de queso, dirigió videoclips, publicidades y ahora busca conquistar al público argentino con Permitidos protagonizada por Lali Espósito y Martín Piroyansky.

Texto. Mauro Albornoz / Fotos. Mariano Michkin



¿Hay algún episodio de tu infancia que te llevó a dedicarte al cine?

Mi historia no es la del típico chico que el papá siempre lo llevaba al cine de barrio. Me gustaba mucho la tele, me impactaba el tema de la imagen. No tuve una infancia cinéfila. A los 12 años hice un test vocacional y me dijeron que la orientación era cine y abogacía. Llegamos a la conclusión que me gustaban las películas de abogados (risas).

Por tu opera prima Cara de Queso en una entrevista te titularon como el único director judío que habla de judíos…

Y encima racista (risas). Me habían dicho que si un director católico hubiera filmado esa película era racista. Me pareció un buen halago en algún punto. Un día me desperté y me surgió la necesidad de contar mi historia. Fue una película que tuvo como muchos “primeros” por así decirlo. Era la primera vez que se hablaba de countries y encima del menemismo. También se trataba de presentar otra mirada más realista de los judíos. Desde mi punto de vista fue no mostrar el judaísmo culpable con el pasado. Por lo menos para mi los judíos no somos así. Hay otros problemas. Mucho racismo interno.

¿Cuál era objetivo de esa representación de los judíos?

Lo hice con un fin más “punk” de romper. Las operas primas tienen algo que sale del corazón. Contienen como una verborragia y una necesidad de contar algo que por ahí es ajeno a una historia de ficción. Fue un gran acto de inconsciencia. La película tiene frescura y es generacional. Quiero que   Ariel Winograd a los 13 años la vea. Me hablaba a mí a esa edad. Además, tiene a toda la nueva camada de actores. Mi esposa Nathalie Cabiron fue clave. Está totalmente loca como yo y dijimos “Vamos a hacer esta locura”.

¿Desde ese momento trabajan juntos?

Sí, ella fue profesora mia. Pero tiene mi edad, lo aclaro porque después… (risas). Nos conocimos en la Universidad del Cine y a partir de ahí como que se convirtió en una pareja, en mi equipo, en mi  compañera de vida y en la madre de mis hijos.

¿Cómo es trabajar con tu pareja?

Está buenísimo, ahora ya nos cagamos de risa. En Cara de Queso nos matábamos (se ríe). Nos complementamos. Ella es productora y yo director por lo que no hay competencia. Es un trabajo en equipo y de complementación. A ella le gusta el jazz y a mi el punk. Un buen ejemplo es que a mi me gustaba Massacre y a ella le gustaba Sergio Denis. Se le ocurrió la idea de hacer la reversión de Te Quiero Tanto de Sergio y ganó un premio Gardel.

¿En todas tus películas hay un guiño de tu vida personal?

Sí. Pero en relación a Vino para robar por ejemplo, nunca robé un banco (risas). En Sin Hijos hacía dos años había sido padre y nació mi segundo hijo mientras estábamos en la previa de la película. Sabíamos que iba a nacer. Siempre en las películas uno le pone algo suyo. Mi Primera Boda surgió porque de que en mi casamiento salió todo mal y a partir de ahí dije “¡Qué bueno estaría hacer una película en la que gente se casa y sale todo mal!”. En Permitidos, el personaje de Martin Piroyansky es un judío con el que me siento identificado en algunas cosas. Es muy difícil hacer una película y no sentirse representado. Porque te lleva tanto tiempo y te involucrás.

Ahora se estrena Permitidos, una película que tuvo mucha libertad y que los actores la hicieron crecer día a día…

Siento que es generacional o espero que sea eso. Martin Piroyansky y Lali Espósito son dos de los mejores actores de comedia que tiene la argentina. Y tenerlos te hace crecer el guión. Trato de rodearme de comediantes. Para esta ocasión fui más intuitivo en relación a las anteriores. Por ejemplo, para Cara de Queso y en Mi Primera Boda hice todo el storyboard. En este caso, con cuatro películas encima, usamos más el oficio y la intuición. Me dejé llevar más y fui más abierto. Siempre escucho pero esta vez estuve atento a la percepción. Tampoco significa improvisar todo y tomar champagne. Fue un laburo tremendo pero tuve en cuenta otros aspectos más de la experiencia que tengo.