Como buena hija de padres psicoanalistas, esta artista plástica tiene el don de expresarse por la palabra. Pero además, logra materializar su discurso e ideas en unas esculturas que forman un universo propio. Las bombonas, las donas, las tazas y todas sus amigas, tienen una historia que contar, una personalidad y algo qué decir. Recién llegada de San Francisco, estuvo bajo el ala del empresario cultural David Ferguson, fue invitada a exponer en la NASA y logró un contrato en una galería de Miami.
Texto. Flor Garibaldi / Fotos. Ana Grucki
Desde chica tenías contacto con lo artístico y estudiaste Diseño Industrial en la UBA, ¿cómo llegó a tu vida la escultura?
Diseño Industrial tenía la mezcla de materiales con el uso humano, eso de ver qué se puede necesitar o qué cosa nueva se puede crear para el futuro. Cuando terminé me pregunté qué hacer y sentía que no tenía un pelo de diseñadora industrial. Me fui de vacaciones a buscar inspiración al medio de la nada, me senté debajo de un árbol y dibujé. Tenía 27 años. Ahí me salió “Bombonita”, sentada en unos libros, me pareció interesante y cuando volví a Buenos Aires la hice. Para ese entonces ya estaba en el mundillo del arte e iba para todos lados con mi cuadernito, y cuando vieron mis dibujos unos amigos me presentaron una galerista y al toque tuve mi primera inauguración. Vino a verme el ex director del Museo Casa Yrurtia de Belgrano y me preguntó si podía hacerlo en grande para exteriores, le dije que sí. Me mandé y salió perfecto.
¿De dónde surgió la extraña fusión entre la comida y el cuerpo femenino?
Me gusta la belleza, obvio dentro de mi punto de vista, que es lo que a mí me agrade tener alrededor. La pierna es la mayor parte del cuerpo humano y con determinadas maneras de colocarlas, ya se dice mucho sin necesidad de usar la cara o los brazos. Es una parte muy fuerte para dar expresión. Y las cosas dulces están hechas para ser bellas, siempre hay alguien detrás haciéndolas que tuvo una intención, hay un mensaje y ahí está la punta con el diseño industrial. Esa conjunción de la intención en el producto más la belleza es lo que me atrajo. ¿Alguna vez viste un chocolate triste? Nunca, por más que esté derrito. Entonces combiné la belleza con expresión.
También las obras tienen detalles como las mordidas, ¿a qué se refieren?
Mi primer boceto se me ocurrió desde el vamos con la mordida. La idea cuenta que hay un niño que estaba comiendo un chocolate y un amigo le dice que pruebe una golosina nueva, deja tirado lo que estaba comiendo y se va por lo nuevo. Entonces la golosina obsoleta quedó ahí mordida. Todo producto necesita nacer, consumirse y morir, ahí radica el éxito, las cosas se producen para terminarse. Y esta no, quedó entre la vida y la muerte y por eso está mordida. Luego le salieron piernitas para irse a recorrer el mundo (se ríe).
En tu trabajo hay un encuentro con el Pop Art. ¿Estableces como Andy Warhol una crítica al consumismo?
Tomo rasgos del hoy para enaltecerlos, pero desde el lado de lo bello. No como una crítica. Uso objetos que me gustan, que rodean mi vida cotidiana. No tiene relación con hablar de algo malo o encontrarle un punto de vista negativo. Mi trabajo surge de creaciones que están dando vueltas en mi cabeza, que luego bajo a la realidad para que me acompañen y hagan un mundo más lindo. Ves a la “Bombona” y te das cuenta que está conflictuada, pero no con el exterior, sino con su mundo interno.
¿Haber estudiado arte en caramelo te ayudó a generar realismo?
Cuando todavía estaba cursando, tenía que hacer algo para que la facultad no me coma la cabeza. Entonces, me anoté los viernes en ese curso. Lo hacían todas chicas que estudiaban cocina y yo era una loca que caía ahí, no tenía nada que ver. Había que hacer ciertas formas de caramelo que cuando quedaban mal parecían tetas y a propósito me gustaba ponerles corpiños, y medio que al resto le resultaba escandaloso (se ríe). Esa clase me ayudó a tener una perspectiva material del caramelo, me dio conocimiento. Parte de hacer fantasía incluye una fuerte porción de realismo. La terminación superficial es lo más importante. Sobre todo cuando trabajás a gran escala, ahí tiene que existir un ancla en lo real.
Tus obras están en todo el mundo en bares, en museos, en espacios públicos. ¿Por qué son tan adaptables a diferentes contextos?
Sí, son unas locas mis nenas (risas). No tengo control sobre su existencia. Van y quedan. Creo que esa variabilidad que tienen les da un carácter y generan empatía. Son muy “agarrables”. Le gustan tanto a los chicos como a los grandes. Pero lo más raro es que los niños las toman como algo normal, y no tienen cabeza, ni brazos y no les hace ruido eso. Son inocentes pero tienen buena imaginación. Los adultos capaz le dan lecturas más sensuales, las abrazan y las besan, algunos se las quieren llevar. Pasa de todo.